lunes, 6 de setiembre de 2010

La aridez...



La aridez, por tanto, no debe tomarse en principio como una penitencia o un destino trágico. Hay que tomarla como "la forma cotidiana normal" del amor, que en el fondo suele comenzar con sus formas excepcionales para aterrizar por este rodeo en normalidad. Por eso la aridez en la contemplación nada tiene de temible y alarmante ; al contrario, es elemento confirmatorio; pero así como el amor no sucumbe a lo cotidiano y se trasluce en mil ocurrencias y se configura a diario con mil menudencias, así ocurre también con la contemplación. Diariamente debe el orante ponerse en la presencia del Dios eternamente joven, que nunca envejece; los prados de Dios florecen con el mismo colorido y esplendor de siempre y brindan nuevas insinuaciones al hombre que quiere servirse de ellas. Su cansancio, su tedio, su desaliento, su amargura, son cosas suyas, y como Dios todo lo dispone para aliviarle a él, cansado y fatigado, no puede quejarse contra Dios. Tiene que amonestarse y reprenderse a sí mismo y arrojar de sí lo que le oprime y arrastra hacia abajo. Tiene que darse y comenzar de nuevo.

La oración contemplación. Hans Urs Von Balthasar, Madrid, Encuentro, 2007, p 97

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